jueves, 22 de noviembre de 2018

ESMERALDA Y MI ACCION DE GRACIAS.


ESMERALDA Y MI ACCION DE GRACIAS.
 
         Dios me bendijo, hasta ahora, con cuatro nietos: Margarita de seis años; Esmeralda de tres;  Segundo y Joaquina de  un año. A los dos últimos, apenas les entiendo alguna palabra suelta, pero las dos mas grandes siempre me sorprendieron con términos poco frecuentes para la edad que tienen.
 
         En misa de los domingos, siempre llevo a alguno de ellos en brazos hasta el altar para recibir la santa comunión. El domingo pasado la llevé a Esmeralda. De vuelta al banco, me interroga: ¿Qué te dio el Padre? Le contesto rápidamente: me dio un pedacito de pan. Y en seguida repregunta: ¿qué significado tiene?
 
         Me quedé helado. La Gracia tiene esas cosas. Pone inesperadamente en boca de una criatura, una pregunta que mueve instintivamente a la reflexión. Adiviné enseguida que era el Señor quién  la hacía; advertí una vez más la fineza de sus modos ( Mi yugo es suave, mi carga ligera). Sin darme cuenta, me encontré en medio de una acción de gracias distinta, inesperada, absolutamente esencial, vital diría.
 
         Es este el momento más sublime del día. El Señor teniéndose que ir, elige quedarse.Santo Tomas le dirá “Te adoro con devoción Dios escondido”. En este sacrificio incruento, el Señor vuelve a morir, y lo hace en la más absoluta soledad, para que nosotros podamos vivir acompañados de El. La presencia es una necesidad del amor y El que nos dio el mandamiento del amor mutuo, no puede sustraerse a esta condición de estar juntos.
 
         Me acordé de María de Betania, la hermana de Lázaro, extasiada a los pies del Señor, escuchándolo. Ante la queja de Marta por la actitud de su hermana, el Señor le dirá: “una sola cosa es necesaria”, y María escogió esa cosa que no le será quitada, escuchar a Jesús. Y al igual que en Betania, es el Señor quién comienza a hablar.  
 
         Es a Jesús, segunda Persona de la Trinidad Santísima a quién acabamos de recibir, en Cuerpo y Sangre, en Alma y Divinidad. Y es con El con quien entablamos una conversación íntima. Le damos gracias por anonadarse en esas migas de pan, en esas gotas de vino para que nosotros podamos recibirlo. Le agradecemos por ser puro Amor, Bondad perfecta, Misericordia infinita. Es el Señor, Nuestro Dios, Amo y Señor de todo lo creado el que viene a morar en nosotros.
 
         Le agradecemos su extrema  generosidad. A pesar de  nuestras miserias nos acepta como corredentores con El, y haciéndose el distraído recibe como ofrenda nuestro  pobre trabajo y  escaso esfuerzo de cada día. En una palabra nuestra nada.
 
         No podemos salir de nuestro asombro. Quedamos extasiados, sin palabras. Acabamos de recibir a Cristo entero, Dios y hombre resucitado que esta realmente presente de forma sacramental en la Eucaristía bajo las apariencias del pan y el vino.
        
         Recibimos al Señor en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, es decir Cristo mismo en todo su Ser. Es el modo que El eligió para quedarse con nosotros en una “misteriosa contemporaneidad” entre aquella Última Cena  y el hoy de nuestros días, y así hasta el fin de los tiempos. En ello va nuestra infinita confianza en su promesa: “He aquí que YO estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20). Es el modo que El eligió de quedarse en nosotros y entre nosotros.
 
         San Josemaria Escriba de Balaguer, nos invita a considerarlo como Rey, Medico, Maestro y Amigo. Rey porque ansía reinar en nuestros corazones; Médico porque solo El puede curarnos; Maestro de una ciencia que solo El posee: la del amor sin límites. Y finalmente Amigo de una amistad que no impone sino que ofrece.
 
                   Acudimos a María, Nuestra Madre, para que nos aclare el misterio: “No duden, fíense de la  Palabra de mi Hijo. Él que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así pan de vida” (Ecclesia de Eucharistia de Juan Pablo II).
 
         San juan Pablo II, nos dice “que hay una analogía profunda  entre el Fiat (hágase) pronunciado  por María a las palabras de Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió por obra del Espíritu Santo era el Hijo de Dios. En continuidad con esa fe de la Virgen, se nos pide creer  que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser  humano-divino en las especies del pan y del vino”.
 
         A Ella, Nuestra Madre, le pedimos tener el mismo amor que ella tuvo por su Hijo. Poder acogerlo en nuestro corazón como Ella lo acogió en sus brazos. Tener los mismos sentimientos con que Ella lo recibía en cada Eucaristía administrada por Pedro o algún otro de los apóstoles.
        
         En cada uno de los que lo recibimos, se unen el Cielo y la Tierra. El Hijo de Dios se ha hecho hombre, se ha encarnado en las entrañas de MARÍA purísima, para restaurar la creación caída, devolviéndola redimida al Creador mediante su sangre derramada. Para eso tenia que ser verdadero Dios y verdadero hombre, por eso Cristo-Jesús es la única víctima posible. La Creación retorna así redimida a su Creador. 
 
         Es que el Señor se ha enamorado de nosotros. Una ocurrencia popular sostiene que si el hombre no hubiera pecado, Nuestro Señor Jesucristo, Segunda Persona de la  Trinidad Santísima se hubiera encarnado igual, para poder estar con nosotros, por puro amor.
 
                   Qué más podía hacer JESÚS por nosotros?
 
         Unas palmaditas en el brazo me recuerdan que Esmeralda esta a mi lado, esperando mi respuesta. Qué significado tiene me había preguntado adultamente. No esta bien  que me quede callado. No es justo que nada le explique.
 
         Intento algunas pocas palabras: …ese pan lo hace Jesús para que nosotros comiéndolo seamos mejores abuelos, para que sepamos poner en casa ese ambiente de familia luminosa y alegre que se respiraba en el hogar de Belén.

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