ESMERALDA Y MI ACCION DE GRACIAS.
Dios me bendijo, hasta ahora, con
cuatro nietos: Margarita de seis años; Esmeralda de tres; Segundo y Joaquina de un año. A los dos últimos, apenas les entiendo
alguna palabra suelta, pero las dos mas grandes siempre me sorprendieron con
términos poco frecuentes para la edad que tienen.
En misa de los domingos, siempre llevo
a alguno de ellos en brazos hasta el altar para recibir la santa comunión. El
domingo pasado la llevé a Esmeralda. De vuelta al banco, me interroga: ¿Qué te dio
el Padre? Le contesto rápidamente: me dio un pedacito de pan. Y en seguida
repregunta: ¿qué significado tiene?
Me quedé helado. La Gracia tiene esas
cosas. Pone inesperadamente en boca de una criatura, una pregunta que mueve
instintivamente a la reflexión. Adiviné enseguida que era el Señor quién la hacía; advertí una vez más la fineza de
sus modos ( Mi yugo es suave, mi carga ligera). Sin darme cuenta, me encontré
en medio de una acción de gracias distinta, inesperada, absolutamente esencial,
vital diría.
Es este el momento más sublime del día.
El Señor teniéndose que ir, elige quedarse.Santo Tomas le dirá “Te adoro con
devoción Dios escondido”. En este sacrificio incruento, el Señor vuelve a
morir, y lo hace en la más absoluta soledad, para que nosotros podamos vivir
acompañados de El. La presencia es una necesidad del amor y El que nos dio el
mandamiento del amor mutuo, no puede sustraerse a esta condición de estar
juntos.
Me acordé de María de Betania, la
hermana de Lázaro, extasiada a los pies del Señor, escuchándolo. Ante la queja
de Marta por la actitud de su hermana, el Señor le dirá: “una sola cosa es necesaria”, y María escogió esa cosa que no le
será quitada, escuchar a Jesús. Y al igual que en Betania, es el Señor quién
comienza a hablar.
Es a Jesús, segunda
Persona de la Trinidad Santísima a quién acabamos de recibir, en Cuerpo y
Sangre, en Alma y Divinidad. Y es con El con quien entablamos una conversación
íntima. Le damos gracias por anonadarse en esas migas de pan, en esas gotas de vino
para que nosotros podamos recibirlo. Le agradecemos por ser puro Amor, Bondad
perfecta, Misericordia infinita. Es el Señor, Nuestro Dios, Amo y Señor de todo
lo creado el que viene a morar en nosotros.
Le agradecemos su extrema generosidad. A pesar de nuestras miserias nos acepta como corredentores
con El, y haciéndose el distraído recibe como ofrenda nuestro pobre trabajo y escaso esfuerzo de cada día. En una palabra
nuestra nada.
No podemos salir de nuestro asombro.
Quedamos extasiados, sin palabras. Acabamos de recibir a Cristo entero, Dios y
hombre resucitado que esta realmente presente de forma sacramental en la Eucaristía
bajo las apariencias del pan y el vino.
Recibimos al Señor en Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad, es decir Cristo mismo en todo su Ser. Es el modo que El
eligió para quedarse con nosotros en una “misteriosa contemporaneidad” entre
aquella Última Cena y el hoy de nuestros
días, y así hasta el fin de los tiempos. En ello va nuestra infinita confianza
en su promesa: “He aquí que YO estoy con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo” (Mt. 28, 20). Es el modo que El eligió de quedarse en nosotros y
entre nosotros.
San Josemaria Escriba de Balaguer, nos
invita a considerarlo como Rey, Medico, Maestro y Amigo. Rey porque ansía reinar
en nuestros corazones; Médico porque solo El puede curarnos; Maestro de una ciencia
que solo El posee: la del amor sin límites. Y finalmente Amigo de una amistad que
no impone sino que ofrece.
Acudimos a María, Nuestra
Madre, para que nos aclare el misterio: “No duden, fíense de la Palabra de mi Hijo. Él que fue capaz de
transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su
cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva
de su Pascua, para hacerse así pan de vida” (Ecclesia de Eucharistia de Juan
Pablo II).
San juan Pablo II, nos dice “que hay
una analogía profunda entre el Fiat
(hágase) pronunciado por María a las
palabras de Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del
Señor. A María se le pidió creer que quien concibió por obra del Espíritu Santo
era el Hijo de Dios. En continuidad con esa fe de la Virgen, se nos pide
creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e
Hijo de María, se hace presente con todo su ser
humano-divino en las especies del pan y del vino”.
A Ella, Nuestra Madre, le pedimos tener
el mismo amor que ella tuvo por su Hijo. Poder acogerlo en nuestro corazón como
Ella lo acogió en sus brazos. Tener los mismos sentimientos con que Ella lo
recibía en cada Eucaristía administrada por Pedro o algún otro de los apóstoles.
En cada uno de los que lo
recibimos, se unen el Cielo y la Tierra. El Hijo de Dios se ha hecho hombre, se
ha encarnado en las entrañas de MARÍA purísima, para restaurar la creación
caída, devolviéndola redimida al Creador mediante su sangre derramada. Para eso
tenia que ser verdadero Dios y verdadero hombre, por eso Cristo-Jesús es la
única víctima posible. La Creación retorna así redimida a su Creador.
Es que el Señor se ha
enamorado de nosotros. Una ocurrencia popular sostiene que si el hombre no
hubiera pecado, Nuestro Señor Jesucristo, Segunda Persona de la Trinidad Santísima se hubiera encarnado
igual, para poder estar con nosotros, por puro amor.
Qué más podía
hacer JESÚS por nosotros?
Unas palmaditas en el brazo me
recuerdan que Esmeralda esta a mi lado, esperando mi respuesta. Qué significado
tiene me había preguntado adultamente. No esta bien que me quede callado. No es justo que nada le
explique.
Intento algunas pocas palabras: …ese
pan lo hace Jesús para que nosotros comiéndolo seamos mejores abuelos, para que
sepamos poner en casa ese ambiente de familia luminosa y alegre que se
respiraba en el hogar de Belén.
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