NAVIDAD:
Todos los años armamos en
casa el pesebre el día 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, pero
este año lo tuvimos que hacer el día 9 por no encontrarme yo en la ciudad.
Aunque en realidad estos últimos años dirijo más que trabajo, lo que me permite
deleitarme viendo el empeño que le ponen a la cosa Laura, mi mujer, y Poli mi
hija más chica, como así también la expectación y sorpresa dibujada en las
caritas de mis cuatro nietos. Lucila, mi hija mayor, tuvo que hacer lo propio
en su casa y Pelado, mi hijo varón andaba en la búsqueda de un traje de Papa
Noel para el 24 a
la noche.
Cuento todo esto, por que más
allá de las buenas intenciones de ver feliz a mi familia, en el fondo todo ello
esconde un alto grado de egoísmo de mi parte. La costumbre del pesebre en la
chimenea con papel madera imitando la gruta, como así también la disposición de
las imágenes, la heredé de mi madre y al igual que le ocurría a ella, a mi
también todas las navidades se me llena el corazón de ilusión.
Abrigo la esperanza, de que
aquel viejo pesebre de Belén elegido desde toda la eternidad para ser cuna del
Niño Dios, sea el mismo que tan
delicadamente preparamos en la chimenea de living de casa. Quizás un poco más
ordenado, aunque por supuesto el buey y el burro ocupan un lugar significativo,
cerca de donde va a abrir por primera vez sus ojos el Niño recién nacido.
Encendemos una mortecina luz que dé
calidez al ambiente, pues está golpeando a la puerta un matrimonio peregrino suplicando cobijo, buscando un lugar que le ha sido negado en el
poblado .Sueño y no quiero despertar, que el Hijo de María, viene a pasar unos
días con nosotros.,
Ella, Nuestra Madre encinta,
esta a punto de dar a luz. El, José, que había esperado tanto este momento, se
desarma en atenciones hacia María, tratando de hacer lo más acogedor posible
aquel viejo pesebre para recibir lo más dignamente posible a su Hijo , al Hijo
de Dios. María lo
mira con devota admiración, admira a José
en señorial silencio. Admira y ama a aquel joven enamorado, que al ser
anoticiado que Ella, su mujer amada, por voluntad divina nunca sería suya, amó entonces
profundamente la voluntad de Dios como amó también la virginidad de María. Ante
el mundo entero él iba a ser siempre su
esposo. En la intimidad familiar José iba a hacer el recio custodio de María y de
su Hijo, iba a ser nada más y nada menos que la Sombra del Padre.
Aquella entrañable pasión de
joven enamorado, se trastoca en el
cumplimiento del mandamiento nuevo: amar a María como a si mismo, pero no como
él era capaz de amarla, sino como Jesús la amó.
María sublime, virgen y
santa, antes y después de dar a luz, no deja de mirar con enamorada devoción a
José, varón de dolores, entregado, generoso, obediente, poniendo el hombro a la Trinidad Santísima en su plan redentor. Un
plan que necesitaba del Fiat de María, pero también de la viril respuesta de un
hombre enamorado. José, es verdad, se había enamorado de María pero también su
noble corazón se había enamorado de
Dios.
Y si bien es cierto que José
no había estudiado teología, sabía amar a Dios, sabía también que amando a Dios
todo lo demás sería dado por añadidura. Mira a María y entiende que la mejor
manera de amarla es amando la voluntad de Dios sobre Ella. Y junto con Ella, amar
y cuidar a su Hijo hasta el extremo. Tengo entendido que José quiere decir, “…y
Dios añadirá”.La Trinidad Santísima de este modo agregó a la vida de José, las
vidas de Jesús y María. ¡Vaya añadidura!
Conque era eso Señor, con que
era eso!!!. Palabras éstas de San Josemaría Escrivá cuando vislumbra los planes
divinos sobre su persona: la entrega generosa de todos los niveles de su
existencia, sin guardarse absolutamente nada, en el cumplimiento amorosísimo de
la voluntad divina, la creación de una obra que superaba sus posibilidades
humanas; la erección del Opus Dei como institución eclesial destinada a abrir
los caminos divinos de la tierra.
San José dirá lo mismo: Con
que era eso Señor, con que era eso! En ello radicaba la esencia, la finalidad
de su vida: custodio de María y padre de Jesús, Cabeza de la Sagrada Familia.
El santo arriba citado en “Es
Cristo que pasa” – n°55, nos dice que “Jesús debía parecerse a José: en el modo
de trabajar, en rasgos de su carácter, en la manera de hablar. En el realismo
de Jesús, en su espíritu de observación, en su modo de sentarse a la mesa y de
partir el pan, en su gusto por exponer la doctrina de una manera concreta, tomando ejemplo de las cosas de la vida ordinaria, se refleja
lo que ha sido la infancia y la juventud de Jesús, y por tanto, su trato con
José”.
María por su parte, ama a
Dios Nuestro Señor, con una amor de exclusividad, El es su único destinatario.
Su virginidad le permite vivir la perfección
del amor, y en esa perfección guardaba todas estas cosas en su corazón.
Ante el pesebre, debemos convertirnos
en niños. Narra Jose Luis Martín Descalzo, que en la Basílica de Belén, para
pasar al pesebre hay que atravesar una puerta tapialada a muy baja altura, por
lo que es necesario agacharse. Se construyó así, porque en época de las
cruzadas los soldados musulmanes entraban con sus caballos rompiendo todo, por
lo que es necesario agacharse para poder entrar, aniñarse. Belén no es apta
para mayores.
Se acerca el momento y
Nuestra Señora esta recogida en oración. El Verbo se hizo carne, y dirá el mismo
autor, “ni los periodistas se enteraron”. En palabras de Salvador Canals,
“estamos en el corazón del invierno y afuera es noche profunda”. José y María
son los primeros en adorar al Niño Dios. No lo
entendían muy bien, pero sabían que ese bebe envuelto en pañales, era
Dios en plenitud, inmensamente grande en su pequeñez.
Lucas lo narra escuetamente
diciendo que María dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo
acostó en el pesebre (Lc. 2, 6-7) y Bolzán en Leyendo el Evangelio, nos ilustra
que en aquel recoleto pesebre, Dios mira al hombre por primera vez con ojos
humanos.
Hic Verbum caro Factum est.
Miramos al Niño y advertimos su misterio: el Verbo se hizo carne, pero estamos
frente a un Bebe de pañales y para intentar entenderlo debemos también nosotros
hacernos niños. Virtud ésta que sí tienen los primeros anoticiados: los
pastores nocturnos poseen la simpleza de los niños. Su mundo es simple, su
trato con el Señor es llano. No saben de dobleces ni dobles lecturas. Su
fisonomía espiritual se las dá el paisaje en que habitan. Paisaje que llevan
impreso en sus almas, muy dentro suyos y en el que se respira la presencia del
Señor por todos los costados.
Los pastores fueron
anoticiados en medio del trabajo diario. Ellos son los primeros en advertirnos
que hay un quid divino en cada tarea humana, que hay que saber descubrir. Esa
dimensión divina del trabajo humano que solo se puede lograr sabiendo que el
Señor camina a nuestro lado.
Jesús entre nosotros, redime
la vida común. Sus treinta años de vida oculta, nos abren el camino que debemos
transitar igual que El: trabajando y rezando; rezando y trabajando. Es difícil?
Quizás no sea fácil, pero es el que el Señor nos enseñó. El lo ha hecho
posible, pues no solo vino a salvarnos sino también a enseñarnos como hacerlo.
Ha nacido el Niño Dios, y
viene a vivir entre nosotros con la mayor naturalidad del mundo. María lo
contempla largo rato, se lo alcanza a José y sigue recogida en oración. Le
pedimos nosotros que nos ayude a vivir ese recogimiento interior,
imprescindible para ver y tratar al Señor.
El recién nacido no habla,
pero es el Verbo Encarnado, es la Palabra eterna del Padre, por lo que debemos
estar atento a lo que nos dice: vivir enamorados, con alegría insobornable,
desprendido, sobrios, sin caprichos personales, desprendiéndose de cada acción
nuestra el buen aroma de Cristo.
No hubo lugar en la posada.
Eso nos puede ocurrir a nosotros. Debemos guardar nuestros corazones libres de
inapropiadas sobrecargas, para recibirlo en la Nochebuena y en todas las noches
y días que golpee a las puertas del
corazón.
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