Hoy
toda la humanidad está unida por el sufrimiento que nos ha ocasionado el CORONAVIRUS. Ya hace más de sesenta días que
nos encontramos en obligada cuarentena. Y entonces la razón y la fe comienzan a
escarbar el misterio. Para explicarlo? Si, en parte sí. Pero no sólo eso.
También para encontrar una actitud válida ante la contradicción.
Ahora bien, si la Filosofía
constata el hecho y la Teología lo explica, no le faltará razón al lector que
sostenga que sería mucho más beneficioso recurrir a un Tratado de estas
disciplinas en lugar de detenerse en este blog.
Es cierto, pero ocurre que
además de su costado filosófico-teológico, erudición que no tengo, no podemos ni
debemos dejar de detenernos a considerar
el costado sociológico-político de esta
crisis. Y tanto en un aspecto como en el otro, termina siendo la condición
humana la que debemos considerar en esta pandemia.
En primer lugar debemos recordar que hemos sido creados a imagen y
semejanza de Dios. Tenemos entonces que asumir en correspondencia con ello, que
el Creador nos quiso libres y asumió correr dicho riesgo. Y sabemos también que nadie respeta nuestra
libertad más que Él.
Obviamente que no hay porque
descartar un castigo divino. Pero me inclino por aceptar que vivimos en el
mundo que libremente hemos construidos y en aras de esa libertad así lo
permitió el Señor. Por lo tanto colegimos que hay una responsabilidad
insalvable por nuestra parte en habernos
convertido en vulnerables, en haber llegado a este punto de la civilización en
el que pareciera que el hombre no solo se ha olvidado
de Dios sino que además eligió vivir a espaldas de Él. Pero también debemos decir que esta vez Dios
habló y lo hizo en voz alta.
Quizás
este retiro impuesto, esta cuarentena obligada, nos devuelva el silencio
necesario para reencontrar a Dios y reencontrarnos a nosotros mismos. Quizás nos
devuelva la pausa necesaria, que fuimos incapaz de instalar en el pequeño mundo
que nuestro egoísmo construyó a espaldas de Nuestro Señor y muy probablemente también
a espaldas de nuestras propias familias.
Por eso avizoro que esta es una
nueva oportunidad, para que en el silencio de nuestra habitación, de nuestro
inopinado retiro, oír nuevamente a Jesús
que nos dice que Él es “la piedra angular, aquella que desecharon los arquitectos”.
.
Y entonces retomaremos con
renovadas fuerzas el camino que nunca tendríamos que haber dejado, y con un
salto en el corazón comenzaremos a vivir con más olvido de nosotros mismos, encontrando
en cada instante dimensiones de eternidad, dejando de lado nuestros afanes
egoístas y recomenzando con la buena predisposición de ser mejores e
involucrándonos en la salud de ésta nuestra querida Patria que hoy está enferma
y en peligro.
Y en ese ser mejores, ante el
clima de renuncia y abandono generalizado, debemos vivir la virtud de la
reciedumbre que conlleva enfrentar la encrucijada con el corazón en la mano
pero con muchísima dignidad, firmeza y valentía. Un viejo amigo mío siempre
decía que ante la confusión y el engaño, el mal menor que florece de ello es la
indiferencia, triste estado de ánimo en el que no se nota la inclinación por la
verdad ni repugnancia por la mentira. No
podemos dejar de reconocer que esa es la pincelada a medida del cuadro actual
de nuestra patria.
Debemos asumir entonces,
convencidos que nuestra opinión vale, la obligación de hablar. No de profetizar
sino de hablar, de advertir a los que están dormidos o atemorizados que seguramente
vendrán ahora tiempos difíciles. No sé si novedosos, no creo, pero sí
dificultosos. Pareciera que en una gran parte del mundo y especialmente en
nuestro país, los gobiernos se encaminan a encarnar regímenes totalitarios y
absolutistas. Quizás por ello, los profetas del Nuevo Orden anuncien que la normalidad
ha muerto, pero también creo que no nos va a faltar fuerza moral para
enfrentar esta otra pandemia que
tendremos que transitar.
Se avecinan tiempos difíciles, de falta de libertades individuales y de
persecución política y religiosa. Ya lo vimos en Chile, días antes de la cuarentena,
como se incendiaron templos y profanaron imágenes.
Muy
probablemente nos ocurra lo de aquellos dos caminantes errantes, camino de
regreso a su pueblo natal. CLEOFAS y su innominado compañero vuelven a Emaús a paso
cansino, con la mirada insoportablemente pesada por la tristeza y las palabras
ahogadas por la angustia. No podían creerlo. Habían abandonado todo por
seguirlo al Nazareno y ahora vivían la profunda amargura de haberlo perdido. Es
tal desolación de vivir sin Él, que no advierten que es el mismísimo Jesús
quien camina a su lado, que en realidad nunca los dejó, que nunca los abandonó,
pues tal como lo había prometido estará siempre con nosotros hasta el final de
los tiempos. Y a pesar de no advertirlo, sienten la necesidad de estar con El:
“…quédate con nosotros, no sea cosa que la noche nos sorprenda sin Tì”.
Conscientes una vez más que tendremos
que remar contracorriente, responderemos con el espíritu templado y el corazón
ardiente, demostrándole al mundo que somos más
contagioso que el mismo virus y tal como nos recomienda María desde
Canà, haremos lo que El nos diga.
Dios y audacia.
Muy bueno. Solo agrego que el "castigo" de Dios no es de Él es por nuestros pecados y los de toda la humanidad.
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