jueves, 28 de mayo de 2020

P A N D E M I A


                 Hoy toda la humanidad está unida por el sufrimiento que nos ha ocasionado el   CORONAVIRUS. Ya hace más de sesenta días que nos encontramos en obligada cuarentena. Y entonces la razón y la fe comienzan a escarbar el misterio. Para explicarlo? Si, en parte sí. Pero no sólo eso. También para encontrar una actitud válida  ante la contradicción.

                Ahora bien, si la Filosofía constata el hecho y la Teología lo explica, no le faltará razón al lector que sostenga que sería mucho más beneficioso recurrir a un Tratado de estas disciplinas en lugar de detenerse en este blog.

                Es cierto, pero ocurre que además de su costado filosófico-teológico, erudición que no tengo, no podemos ni debemos dejar de detenernos  a considerar el  costado sociológico-político de esta crisis. Y tanto en un aspecto como en el otro, termina siendo la condición humana la que debemos considerar en esta pandemia. 

       En primer lugar debemos recordar que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Tenemos entonces que asumir en correspondencia con ello, que el Creador nos quiso libres y asumió correr dicho riesgo. Y  sabemos también que nadie respeta nuestra libertad más que Él.

                Obviamente que no hay porque descartar un castigo divino. Pero me inclino por aceptar que vivimos en el mundo que libremente hemos construidos y en aras de esa libertad así lo permitió el Señor. Por lo tanto colegimos que hay una responsabilidad insalvable por nuestra parte  en habernos convertido en vulnerables, en haber llegado a este punto de la civilización en el que pareciera que el hombre no solo se ha  olvidado  de Dios sino que además eligió vivir a espaldas de Él.  Pero también debemos decir que esta vez Dios habló y lo hizo en voz alta.

                 Quizás  este retiro impuesto, esta cuarentena obligada, nos devuelva el silencio necesario para reencontrar a Dios y reencontrarnos a nosotros mismos. Quizás nos devuelva la pausa necesaria, que fuimos incapaz de instalar en el pequeño mundo que nuestro egoísmo construyó a espaldas de Nuestro Señor y muy probablemente también a espaldas de  nuestras propias familias.

                Por eso avizoro que esta es una nueva oportunidad, para que en el silencio de nuestra habitación, de nuestro inopinado retiro, oír nuevamente a  Jesús que nos dice que Él es “la piedra angular, aquella  que desecharon los arquitectos”.
                .

               Y entonces retomaremos con renovadas fuerzas el camino que nunca tendríamos que haber dejado, y con un salto en el corazón comenzaremos a vivir con más olvido de nosotros mismos, encontrando en cada instante dimensiones de eternidad, dejando de lado nuestros afanes egoístas y recomenzando con la buena predisposición de ser mejores e involucrándonos en la salud de ésta nuestra querida Patria que hoy está enferma  y en peligro.

                Y en ese ser mejores, ante el clima de renuncia y abandono generalizado, debemos vivir la virtud de la reciedumbre que conlleva enfrentar la encrucijada con el corazón en la mano pero con muchísima dignidad, firmeza y valentía. Un viejo amigo mío siempre decía que ante la confusión y el engaño, el mal menor que florece de ello es la indiferencia, triste estado de ánimo en el que no se nota la inclinación por la verdad ni repugnancia por la mentira. No podemos dejar de reconocer que esa es la pincelada a medida del cuadro actual de nuestra patria.

                Debemos asumir entonces, convencidos que nuestra opinión vale, la obligación de hablar. No de profetizar sino de hablar, de advertir a los que están dormidos o atemorizados que seguramente vendrán ahora tiempos difíciles. No sé si novedosos, no creo, pero sí dificultosos. Pareciera que en una gran parte del mundo y especialmente en nuestro país, los gobiernos se encaminan a encarnar regímenes totalitarios y absolutistas. Quizás por ello, los profetas del Nuevo Orden anuncien que la normalidad ha muerto, pero también creo que no nos va a faltar fuerza moral para enfrentar  esta otra pandemia que tendremos que transitar.

         Se avecinan tiempos difíciles, de falta de libertades individuales y de persecución política y religiosa. Ya lo vimos en Chile, días antes de la cuarentena, como se incendiaron templos y profanaron imágenes.

        Muy probablemente nos ocurra lo de aquellos dos caminantes errantes, camino de regreso a su pueblo natal. CLEOFAS y su innominado compañero vuelven a Emaús a paso cansino, con la mirada insoportablemente pesada por la tristeza y las palabras ahogadas por la angustia. No podían creerlo. Habían abandonado todo por seguirlo al Nazareno y ahora vivían la profunda amargura de haberlo perdido. Es tal desolación de vivir sin Él, que no advierten que es el mismísimo Jesús quien camina a su lado, que en realidad nunca los dejó, que nunca los abandonó, pues tal como lo había prometido estará siempre con nosotros hasta el final de los tiempos. Y a pesar de no advertirlo, sienten la necesidad de estar con El: “…quédate con nosotros, no sea cosa que la noche nos sorprenda sin Tì”.
                Conscientes una vez más que tendremos que remar contracorriente, responderemos con el espíritu templado y el corazón ardiente, demostrándole al mundo que somos más  contagioso que el mismo virus y tal como nos recomienda María desde Canà, haremos lo que El nos diga.

Dios y audacia.

                 
               


1 comentario:

  1. Muy bueno. Solo agrego que el "castigo" de Dios no es de Él es por nuestros pecados y los de toda la humanidad.

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