PERSPECTIVA DE GENERO:
El marxismo, después de su
estrepitoso fracaso en todos aquellos países en los que fue gobierno, y a los
que rigió con mano de hierro con un sistema tiránico propio de su génesis, al no
poder hablar más de lucha de clases y
dictadura del proletariado como consecuencia, entre otras, del metódico
enriquecimiento y correspondiente mutación de su clase dirigente, devino en Progresismo, marxismo gramsciano que relegando la lucha
armada y enarbolando la revolución cultural, carga decididamente contra nuestras
instituciones, como así también contra los valores éticos y morales de nuestra
sociedad.
El Progresismo, en su versión
más radicalizada, esto es la Ideología de
Genero, al no tener un sustrato fáctico que lo justifique y sobre el cual
pueda configurar su cosmovisión, como el Mercado para el liberalismo, o las
fuerzas productivas como motor de la
historia en el materialismo marxista, se direcciona contra todo lo que sostenga al mundo occidental y
cristiano, provocando en el mismo, por debilidad y cobardía de la dirigencia políticamente
correcta, una crisis de identidad que pone en peligro nuestra cultura y la
juventud que en ella abreva.
Caídos los postulados marxistas,
el Progresismo ataca cualquier idea de deidad y el culto a ella debido, ataca a
la Iglesia y también a la Justicia, a las fuerzas Armadas y especialmente a la
familia. Se discute la autoridad, la paternidad, la jerarquía, y se desafía a Dios
negándosele su poder creador.
Ya no es el Señor quien dispone
a qué sexo pertenecemos, sino que es el hombre quien elige que sexo asumir. Y
esta perversión se les enseña, con el correspondiente respaldo legal, a
nuestros niños en edad escolar.
Esta dictadura del relativismo,
como fuera bautizado por Benedicto XVI, presenta el vicio como virtud y en un esfuerzo intelectual titánico,
coherente con la distorsión lingüística de la que hace gala, y para asombro de
Parménides, Santo Tomás y toda la escolástica, se lanza a la aventura de contradecir
la Teoría del Ser. Ella hace referencia a la esencia de la cosa, lo que la cosa
es, aquello por lo cual una cosa es lo que es y no es otra cosa, aquello por lo
cual un ser se distingue de otro. Y en
ese lineamiento llama a la mesa, que es tal porque así lo determina su esencia,
silla, porque quien esta frente a ella
mirándola la percibe como silla. Y entonces todo se define según lo perciba el
sujeto observante y no por la esencia del objeto observado.
Ello responde a una construcción
cultural que niega toda posibilidad de intervención a la naturaleza, y en esa
inteligencia hay que descontruir los estereotipos creados convencionalmente,
especialmente la familia y el rol de la mujer en la misma. Pero que se entienda
bien, no se trata de igualar a la mujer con el varón, sino de borrar toda
diferencia. No hay hombres ni mujeres y la heterosexualidad es una preferencia
entre tantas otras a elegir porque se nace sexualmente neutral.
De no creer, y como en esto los
argentinos aparte de tontos somos precursores de la imbecilidad, ya tenemos una
ley que reconoce el cambio de sexo y si osamos seguir nombrando como varón a
quién se percibe mujer somos pasibles no solo del repudio social y mediático
sino también de ir presos.
Hablan de género y
no de sexo, porque sexo alude a dos
posibilidades: varón o mujer. En cambio genero, pareciera darle más alas a la
degenerada imaginación del modernismo, y
según la cual hay muchas más que dos posibilidades.
Debemos
recordar, que este llamado “colectivo LGTB”, pueden sumar como muchos
doscientas mil personas en todo el país, o trescientos mil o cuatrocientos mil.
Que en su intimidad, pueden vivir la
sexualidad que quieran. Pero no más. El Derecho se legisla para la
generalidad, nunca para la singularidad. En todo caso se hará para regular una
situación dada. Pero no para imponer su modalidad, su inmoralidad y su
impertinencia como obligatoria para los cuarenta y cinco millones de habitantes
restantes. Todas las realidades pueden ser objeto de regulación legal, como lo
son la droga, la corrupción o cualquier otra aberración semejante, pero ello no implica convalidarla o
justificarla, mucho menos aplaudirla.
Como ya lo tengo dicho en este
blog, una realidad se regula para encauzarla, promoverla o prohibirla, según
principios éticos y morales guiados por la razón que nos permite diferenciar
entre el “derecho que es y el que debe ser”.
Debemos ser claro, aunque
sabemos que quienes dictan, sancionan, interpretan
y aplican el derecho , han desvirtuado al mismo convirtiéndolo en un
instrumento perverso de este progresismo asqueante, pero igual hemos de
advertir que la ley no puede perder nunca la racionalidad como nota
característica de su validez y el bien común como finalidad.
Los
ciudadanos en general y los católicos en particular estamos obligados a levantar altisonantemente nuestras voces,
acompañados de nuestros pastores, no solo para frenar sino también para
revertir esta apostasía que por su apoyo logístico se presenta como
devastadora. Y debemos hacerlo por amor
y respeto a la voluntad de Dios Nuestro Señor, que al genero humano lo creo
varón y mujer dotándolo al varón de un órgano masculino que penetrando el
femenino dé vida. Tal la dignidad con que nos revistió el Creador.
Cuestionan los progresistas
nuestra idea de “lo natural”. Preguntan distraídamente, ¿Qué es natural?, como
si ello dependiera de la opinión
subjetiva de quién tiene que responder.
Y lo natural es justamente eso, cumplir con la Voluntad del Señor desarrollando
el ser que El nos dio cuando nos fue a buscar a la nada. Y en este orden la
mujer es mujer y el varón, varón.
Sostener lo contrario atenta
contra toda racionalidad y fundamentalmente contra la ley natural que Dios
imprimió en el corazón de cada hombre.
Para Santo Tomás la ley es
ORDINATIO RATIONIS, esto es, guía del obrar, criterio justo que impone o prohíbe;
precepto racional y justo. De lo que
derivamos que la ley injusta no es ley ya que la ley positiva que contradice la
ley moral, es un descamino.
Las leyes positivas deben ser
conformes con la ley natural, no para proteger intereses específicamente religiosos, sino para
defender el derecho de todo hombre, cristiano o no, de vivir con arreglo a la
ley natural, es decir, de acuerdo con las exigencias de la naturaleza que Dios
les concedió al crearlos. De lo que se trata es de defender la dignidad humana
frente a las aberraciones que la degradan.
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