Las políticas del lenguaje
Creado por AlmenA
Por Ernesto Alonso
Este artìculo fue publicado en su oportunidad por Almena y es autoria del Profesor ERNESTO ALONSO, Licenciado en Cienicias de la Educaciòn y Profesor en Psicologìa por la Universidad Catòlica Argentina y Profesoor titular de Psicologìa de la Comunicaciòn en la carrera de Comunicaciòn Social de la Universidad Austral. Lo publico en el blog por considerarlo imperdible.
Lenguaje e Ideología
Antonio Gramsci
La ideología del género está metiéndose en los
entresijos de la conciencia nacional. Avanza tenazmente y como ejército de
ocupación no deja espacios sin devastar. Una legislación que la sostenga,
reformas educativas que desde el aula la legitimen, y la infaltable faena
cultural de persuasión y penetración casi irresistibles llevada a cabo por los
medios de comunicación social.
El lenguaje es un enclave de capital importancia que atraviesa aquellos tres
territorios, la legislación, la educación y la comunicación. Cualquiera sabe
que la ideología opera también en el lenguaje. Éste forma parte de la llamada
“super-estructura” de dominación burguesa que, al mismo tiempo, oculta y devela
una realidad tan sórdida como desigual. Marx diría que el lenguaje también
sirve para falsificar las “reales” condiciones de dominación y así continuar
reproduciéndolas bajo la apariencia de una “ilusión” engañosa y anestesiante.
Los medios de comunicación social, y en particular la prensa gráfica, son un
instrumento siempre eficaz para esas operaciones de ocultamiento y develamiento
de la ideología. Ese terrible iconoclasta que fuera Michel Foucault escribió
que “cada sociedad tiene su régimen de verdad, su «política general» de la
verdad —comillas del autor—; es decir, los tipos de discurso que acoge y hace
funcionar como verdaderos o falsos, el modo como se sancionan unos y otros; las
técnicas y los procedimientos que están valorados para la obtención de la
verdad; el estatuto de quienes están a cargo de decir lo que funciona como
verdadero” (“Un diálogo sobre el poder”, Alianza, Madrid, 1981, pág. 143).
Actualmente, los medios de comunicación social son, en gran medida, los
constructores de la realidad social.
Por ejemplo, la expresión políticas del lenguaje ha sido acuñada por los
lingüísticas críticos para señalar la presencia poderosa e invisible de la
ideología en el uso público que los medios de comunicación hacen del lenguaje.
La lingüística crítica es tributaria del marxismo y no hace sino repetir sus
códigos cuando pretende explicar el funcionamiento de los diversos signos
lingüísticos.
Por eso, para todo crítico que se precie de tal será preciso desmontar las
operaciones de la ideología detrás del uso de las palabras.
Así, por ejemplo, nos hemos acostumbrado a hablar de “hombre” y “mujer”.
Pues no, nos dicen ahora. Eso sería hacer política del lenguaje, es decir,
continuar reproduciendo en nuestro modo de decir y referenciar lo que ha
pretendido que digamos y creamos, por centurias, el Aparato Ideológico de la
Iglesia aliada con la Burguesía. Con el propósito, claro, de mantener
invisibles las “reales” relaciones de dominación y asimetrías de poder, del
hombre sobre la mujer, que tienen lugar en el seno de la familia y en el mundo
del trabajo.
El uso político del lenguaje en torno al género consistiría en un doble juego.
Por una parte, el lenguaje de “hombre” – “mujer” no sería sino la creación de
una ilusión, de un espejo deformado, de una falsa conciencia cuyo propósito
sería tornar invisible una asimetría atroz en las relaciones de poder.
Esto es, la esclavitud de la mujer detrás del telón de acero de la familia
burguesa, con la asignación ruinosa de los roles de esposa y madre. De allí que
hombre y mujer sean designaciones políticas impuestas a designio, legitimadas y
reproducidas, cuyo propósito es ideológico; esto es, naturalizar un estado de cosas.
Naturalizar para los lingüísticas críticos es hacer ver el mundo social actual
como si fuera natural, como si así debiera ser.
En realidad, para estos nihilistas es exactamente lo opuesto. La naturalización
del mundo social es una operación discursiva de la ideología. Por eso, para
estos personajes, el lenguaje —aún en nuestros modos cotidianos y banales de
referir las realidades y las relaciones— está transido de ideología. La
ideología desde el lenguaje define todo el mundo social. Más aún, necesita del
lenguaje, lo utiliza a fin de que —¡vaya paradoja!— se cumpla cabalmente
aquello que profetizaba el viejo Marx: “las ideas de la clase dominante son en
cada época de la historia las ideas dominantes”.
El segundo juego consistiría en “deconstruir” dichas relaciones “hombre-mujer”
—largamente naturalizadas por las prácticas de la ideología— denunciándolas
como relaciones socialmente construidas a partir del y en el discurso.
El uso de las palabras, “hombre – mujer” – revela y oculta. Revela la
estructura de dominación y al mismo tiempo la mantiene oculta. Tal como pasaría
con los actos fallidos dogmatizados por Sigmund Freud que liberarían ciertos
contenidos del inconciente pero manteniendo intacta la estructura y el
funcionamiento de este último.
Con el lenguaje sucedería otro tanto: las palabras son ideológicas pues
revelan, engañando, relaciones que no debieran conocerse en sus reales
condiciones. Pero al revelar están señalando, de paso, el camino para comenzar
la obra de demolición del lenguaje, y con ello, la demolición de las relaciones
asimétricas de dominación.
Antonio Gramsci viene a darles una mano en esta tarea de deconstrucción. ¿Por
qué? Porque es imperioso hacer con el lenguaje una tarea demiúrgica en la
medida en que la revolución en los significados es la vía regia para
deconstruir el sentido común “cristiano-burgués”. Así se irá instalando el
nuevo sentido común de la filosofía de la praxis, que es como el fundador del
Partido Comunista italiano denominaba al marxismo.
Esto es lo central. Por eso el lenguaje y los usos cotidianos del lenguaje son
un enclave capital en el nuevo proceso revolucionario instalado a partir de los
últimos decenios. Cambiando el modo de decir y el modo de significar, habrá de
cambiarse el modo de pensar. De allí que si es verdad aquello de que “la
revolución está en el lenguaje”, luego, la batalla metafísica hay que darla en
el lenguaje, recuperando y sosteniendo las diversas epifanías de la verdad en
el hablar, en el decir.
“Visibilizar las mujeres”
En esta ocasión, quiero ocuparme de
una noticia periodística que apareció publicada en octubre del año pasado.
Fuera de hora se dirá. Pero vale la pena el ejercicio. El asunto era la media
sanción de una ley que impulsa el uso de lenguaje no sexista por parte del
Estado. Dos medios recogieron el tema. “La Nación”, el jueves 23 de octubre y
“Página/12” el viernes 24 de octubre. Mientras “La Nación“ dice “proyecto de
ley que obligará a la administración pública nacional a aplicar y promover la
utilización de un lenguaje no sexista”; “Página/12”, Mariana Carbajal mediante,
despeja la tiniebla ideológica diciendo que se trata de “un proyecto de ley que
busca visibilizar a las mujeres a través del lenguaje de la administración
pública nacional”. Como pareciera que decir “lenguaje no sexista” conserva
resabios todavía modernos, será conveniente el toque foucaultiano, posmoderno,
y expresar que lo que se quiere es “visibilizar la otredad”. En este caso, la
otra, la mujer. “Las mujeres”, todas, variadas, diferentes, pues no existe,
escribas nominalistas de los arrabales porteños, el substantivo “mujer”.
Será útil hacer un sumario análisis de la noticia publicada por “Página/12”.
Lo que valen las palabras es el titular. La volanta, arriba, dice Media sanción
para la ley que impulsa un lenguaje no sexista. La bajada, debajo del titular,
reza así: Después de siete meses, el Senado aprobó el proyecto para que en la
administración pública rija un Manual de Estilo con perspectiva de género.
También buscan eliminar el sexismo en los medios de comunicación. Ahora pasa a
Diputados. En una noticia el titular puede resumir el contenido más bien
descriptivo. O bien puede proponer una interpretación que se juegue mucho más
allá del aspecto relativamente neutral de la información que desarrolla la
noticia.
“Página/12” suele escoger invariablemente esta segunda estrategia. “La Nación”
había titulado El estado deberá usar un lenguaje no sexista. Está bien. La
elección léxica se ajusta más al liberalismo mitrista de lo políticamente
correcto en torno a los temas de género, identidad sexual y derechos de las
minorías.
Y ha de ser así, pues aunque lo desmientan las estadísticas, “las mujeres” son
la minoría desclasada de los tiempos que corren. La Tribuna de Doctrina de De
Vedia no desentona de la izquierda cultural dominante.
¿Cuánto valen las palabras? Todo, pues “con este proyecto de ley buscamos una
salida de este lenguaje tan masculinizado que se usa tanto en la administración
como en las relaciones personales”, cita Carbajal a la kirchnerista Marita
Perceval, impulsora del proyecto.
A renglón seguido, glosa a Silvia Ester Gallego, que es la presidenta de la
Comisión de Población y Desarrollo Humano, al decir que el hecho de que quedara
relegado no es casual.
Y cita a ésta última: “el lenguaje es parte de la construcción del poder y esto
que nos ha pasado, que este dictamen demorara tanto tiempo en bajar al recinto,
tiene que ver con ello”, fin del discurso directo de la Gallego.
Carbajal vuelve a citar a Perceval para que no se nos vuelva invisible (ella,
¿no?). “El lenguaje tiene que expresar no solo la realidad existente sino,
también, la sociedad que queremos construir”, destacó.
Aquí está Gramsci de cuerpo entero, casi con sus palabras. La deconstrucción
del lenguaje sexista y la imposición del lenguaje del género habrán de crear un
nuevo sentido común y, por lo tanto, un nuevo ordenamiento de identidades y de
relaciones.
¡Manes hodiernos del viejo Prometeo! Como fin y remate de aquella pregunta
imaginaria que yo me formulara, cuánto valen las palabras, se luce Carbajal al
citar a Daniel Filmus, hermano de raza y compañero de ruta de Adorno,
Horkheimer y Marcuse, quien adelantó su voto positivo al proyecto y
posteriormente pontificó: “quiero decir que no es un tema feminista ni que solo
incumba a las mujeres. La discriminación por el lenguaje es un tema ideológico
que nos incumbe a todos porque se trata de un asunto vinculado con los derechos
humanos, que es algo central y fundamental para nuestra cultura”.
Ojo que volvemos aquí a los tópicos del marxismo decimonónico, ortodoxo y
moderno. El del joven Marx que veía con tan buenos ojos el proyecto de
liberación universal del Iluminismo de la Revolución Francesa. Desde luego,
entiéndase, que la Carbajal no hace uso de ninguna de estas citas directas para
tomar su propia distancia sino para refrendar su propia posición y la línea
editorial de “Página/12”. Digo, por las dudas.
Estos maestros del revés no están desmitificando la ideología para dar a luz la
verdad oculta. No están descubriendo ninguna verdad pero si están imponiendo
una ideología. No son los apasionados partidarios de la igualdad, no los
insobornables buscadores de justicia, sino los delirantes totalitarios del
pensamiento único y de una nueva sintaxis de la hegemonía.
No están desatando ninguna atadura; al contrario están aherrojándonos con un
lazo duro, frío y gris como los viejos
cementos socialistas de la Rusia Soviética. Releyendo “¿Qué hacer?” deberían
reconocer con Lenin que “la única elección posible es, o bien la ideología
burguesa o la ideología socialista. No hay vía intermedia. Por lo tanto,
debilitar la ideología socialista, apartarse de ella en el más mínimo grado,
significa, al mismo tiempo, fortalecer la ideología burguesa”. Para eso
trabajan los políticos clasistas, la izquierda cultural de “Página/12” y los ex
ministros de educación. Para “meter a muerte”, en el alma de la Nación
argentina, el odioso socialismo.
Tendrían que ser capaces de admitir que trabajan con buena paga, con envidiables subsidios estatales e internacionales para una ideología que promueve a la fuerza la igualdad de los otros, pero nunca la de ellos, ostensibles detentores de buenas jerarquías, mejores estipendios y óptimos premios y reconocimientos. ¿El socialismo feminista y no sexista? Para las mujeres de la casa. Para nosotros —exclamarían— los buenos capitales del dinero, de los premios y la gloria de este mundo.
Tendrían que ser capaces de admitir que trabajan con buena paga, con envidiables subsidios estatales e internacionales para una ideología que promueve a la fuerza la igualdad de los otros, pero nunca la de ellos, ostensibles detentores de buenas jerarquías, mejores estipendios y óptimos premios y reconocimientos. ¿El socialismo feminista y no sexista? Para las mujeres de la casa. Para nosotros —exclamarían— los buenos capitales del dinero, de los premios y la gloria de este mundo.
Ernesto R. Alonso
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