E P
I F A
N I A
Noche
profunda en el portal de Belén, y una estrella de inusitada luminosidad, guiada
por la mano del Señor, se posa sobre la Gruta Santa.
Adentro, María y José cuidan del Niño.
Afuera, Gaspar, Melchor y Baltasar, se
apean de sus cabalgaduras.
Es Mateo, quien así describe poéticamente el pasaje más
fantástico de todo el Evangelio. Si algo
faltaba para terminar de enamorarnos del Belén y sus habitantes, son estos
Reyes Magos que irrumpen en la belleza del pesebre, montados cada uno en sus
camellos y ataviados con exquisitos atuendos que rematan en sobrios turbantes
sobre sus cabezas y que hablan de su singularidad.
El tiempo se detiene en Belén de Judá,
pues de aquí en adelante, el Niño recién nacido, Nuestro Dios y Señor, va a ser
alabado y reconocido por todos los hombres del mundo. La gentilidad queda
representada en estos tres personajes, que según muchos no eran reyes ni
tampoco magos. Según Perez de Urbel, en su Vida de Cristo, nos informa que eran
consejeros de los reyes, los que les transmitían la voluntad de Dios y les
interpretaban los sueños. Por eso gozaban de gran influencia y prestigio.
Atrevidamente le preguntan a Herodes,
“¿Dónde está el recién nacido Rey de los Judíos?”. Todo Jerusalén se turbó. Los
sumos pontífices le señalan el pequeño poblado de Belén y los dejan ir. Pero a mí se me ocurre, sin ningún asidero
bíblico, que la policía secreta de
Herodes, que los debe haber seguido a
prudencial distancia, ante la pobreza y sobriedad del pesebre, desechan la idea
de que en ese mísero establo pudiera nacer un Rey de nada.
Lo
que si sabemos, es que venían de Oriente, esto es, todo lo que esta al otro
lado del Jordán, por tanto no pertenecían al pueblo elegido. Según Benedicto XVI,
están siguiendo los pasos de Abraham que ante el llamado de Dios se puso en
marcha. Por eso dice nuestro Papa Emérito, que son precursores de los
buscadores de la verdad, propio de todos los tiempos.
Transcribo textualmente a Benedicto, que
en su Infancia de Jesús nos ilustra magistralmente: “…los sabios de oriente son
un inicio, representan a la humanidad cuando emprende el camino hacia Cristo,
inaugurando una procesión que recorre toda la historia. No representan
únicamente a las personas que han encontrado ya la vía que conduce hasta
Cristo. Representan el anhelo interior
del espíritu humano, la marcha de las religiones y de la razón humana al
encuentro de Cristo”.
Nos dice Mateo, (Mt 2,2) que
emprendieron el camino siguiendo una estrella. Es su fe la que los pone en
camino, pues solamente hombres de profunda vida interior pueden recibir tal
moción. José Luis Martin Descalzo nos dice que ningún humano emprendió aventura
más loca que la de estos tres buscadores y se pregunta, como pudieron entender
que esa estrella hablaba de nuestro Salvador.
Habría que preguntarse también, si
sufrieron el desencanto de no encontrarse con la majestuosidad de un Dios todopoderoso.
Pues todo en el Portal respira sencillez y señorío, muy lejos de la ilusión de
un trono majestuoso.
Pero el Niño Dios toca el corazón de los
Reyes, que se arrodillan en adoración,
reconociéndolo como el Hijo de Dios. El Señor una vez más, con su estilo suave
y manso, les hace saber que Él es bondad
pura, misericordia infinita. Les hace ver que Él es Dios de Dios, Luz de
Luz, Dios verdadero de Dios Verdadero. El rostro de María irradia un brillo
indescriptible y José a su lado nos habla de la humanidad de Cristo.
Gaspar, Melchor y Baltazar dejan sus
ofrendas: oro, incienso y mirra. No lo entienden muy bien, pero han encontrado
al Verbo Encarnado, a la Segunda Persona de la Trinidad Santísima. Queriéndose
quedar, emprenden la vuelta.
Lo hacen por un camino distinto para
proteger al Niño. Los dromedarios van dejando sus huellas en el camino de
regreso a Oriente. Pero también dejan sus huellas, en nuestros corazones y en
nuestra imaginación en la que intentaremos siempre volver a encontrarlos, más allá
del silencio evangélico. Necesitamos encontrarlos para enriquecer nuestra
oración personal, reafirmar nuestra decisión de encontrarlo a Jesús tal como
ellos lo hicieron, en el encantamiento del Pesebre, en manos de María y José.