OTRO 24 DE MARZO:
de radicales y otros distraídos.
Otro año más y resulta imposible
no escuchar el nauseabundo llanto de la izquierda. Otro año más, y nuestros hijos
y nietos volverán a preguntarnos qué paso en aquella “terrible década” de
militares malos y guerrilleros buenos.
No es una manera de decir. Hoy
los militares que combatieron la subversión apátrida, padecen la ignominia de ser presos políticos, mientras los guerrilleros son
ministros, jueces, legisladores, empresarios amigos y merecedores de inmorales indemnizaciones.
Ocurre que a esta lacra política la conocemos ya hace ochenta años, y muy
especialmente por su proceder vandálico. Al ser corruptos e ignorantes y carecer de los más elementales principios éticos, después de tanto tiempo el argentino ya tiene incorporado a su modo ser, la irritable desesperanza de una patria sin futuro.
A lo que debemos agregar, la mediocridad y la hipocresía radical. La mediocridad ha quedado plasmada en el impresentable itinerario político del partido irigoyenista. No podía ser de otro manera. El famoso Alfonsín, cuyo hijo se hizo kirchnerista y hoy es embajador en España, abandono seis meses antes la Presidencia de la Nación porque no sabía para que estaba sentado en el sillón de Rivadavia. Obviamente, antes inventó un pacto militar-sindical que únicamente existió en su corta imaginación, entregó el país a la guerrilla montonera y erpiana, sumergió la educación en una crisis sin retorno y politizó a la justicia para juzgar a los militares, temeroso de tener que volver a trabajar si volviera a ocurrir una nueva intervención militar. Ya de diputado, tranzó con Menen la lamentable reforma del 94, para asegurarse un tercer senador por la minoría y evitar confrontar en un plebiscito en el que lógicamente no podían obtener ni cinco votos. Esto tampoco es una manera de decir. El último candidato propio que llevó el radicalismo en elecciones presidenciales, hace ya dieciocho años, obtuvo el uno por ciento de los votos y su candidato, Leopoldo Moreau, de patotera intervención en el Congreso de la Nación, también se convirtió en ferviente kichnerista.
Esta mañana una vieja dirigente, decía que Alfonsin quiso juzgar a las Juntas con sus jueces naturales, esto es, la Justicia Militar. Y ello no pudo ser, porque dicha Justicia no encontró culpas que imputar a las cúpulas militares, es decir, la Justicia Militar juzgó, pero claramente de modo contrario a como querían Alfonsin y sus cómplices, por lo cual éste recurrió entonces a sus amigos de la Cámara Federal.
Hoy peronistas y radicales, hablan del enfrentamiento ocurrido en la década del 70, como si se hubiera dado entre dos bandos de inadaptados. Lo repito una vez más; si hubiera sido así, el tema ya hubiera terminado y no dividiría a nadie. Pero no fue así. La sociedad entera reclamó la intervención de las Fuerzas Armadas para terminar con el flagelo de la subversión, aunque hoy el relato oficial como así también el discurso de los derechos humanos de izquierda, la clase política toda, magistrados, intelectuales, periodistas y demás actores políticamente correctos persisten en alterar la verdad de los hechos.
Finalmente, una consideración inevitable. La mencionada dirigente
radical decía también, que el golpe del 24 fue bien acogido cuando no ayudado,
por la Jerarquía de la Iglesia, por determinado periodismo, empresarios y
sindicalistas. Olvidaba decir esta señora, que tiene un hijo muerto en la
guerrilla, que si hubo un sector que realmente reclamó, aplaudió y en
el caso de los radicales, colaboró con 310 intendentes en el gobierno militar,
fue la corporación política que una vez más se lavó las manos y se subió al
carro de esta desmemoriada democracia. Quienes tenemos suficiente edad, no
olvidaremos nunca el pedido desesperado de Balbín al General Videla, rogando no
demore más la intervención militar.
En fin, un 24 de marzo más, y una pregunta: si Cambiemos gana, ¿le
seguirán tirando flores a los guerrilleros en el paseo de la memoria?