jueves, 14 de marzo de 2019

Abusos Clericales


En fecha 21 al 24 de  febrero de 2019, se celebró en el Vaticano bajo forma sinodal, la cumbre antipederasta convocada por el Papa Francisco con la finalidad de evitar abusos sexuales en el seno de la Iglesia y contando la misma, entre otros,  con la presencia de los presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo.

 

                    Entre las  intenciones de nuestro Santo Padre, el Vocero Papal enumeró: concretar de modo efectivo la protección de los menores en la Iglesia; romper con la complicidad y los códigos de silencio; dar voz a los que no tienen voz; responder al clamor de transparencia levantado por el pueblo de Dios y terminar con la “plaga de Abusos sexuales perpetrados por hombres de la Iglesia contra menores”. Se invoca además, como elemento emblemático, el apoyo de la comunidad internacional.

 

                   No pareciera ser éste último, el mejor criterio rector que avale la seriedad que el tema requiere.

 

                   El Pueblo de Dios, la Iglesia Peregrina, linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, en comunión eterna con el Vicario de Cristo, con  dolor visceral eleva una oración anta la Trinidad Santísima rogándole ilumine y asista a nuestro Papa y  a toda la jerarquía eclesial, como así también apela a la Misericordia divina  por el perdón de aquellos que han violado la santidad del sacramento del orden.

 

                   No podemos sin embargo, dejar de señalar, que la enumeración de los fines propuestos resultan inentendibles no solo para el católico de a pié, sino también para todo fiel que lucha por su santidad personal y a los que la enunciación presentada suena impropia de ser adjudicada a la Esposa de Cristo y sus sacerdotes.

 

                   Los católicos sabemos que nuestra Santa Madre Iglesia, santa e inmaculada, no tiene ni puede tener pecado alguno. Por ende tampoco puede pedir perdón. La responsabilidad es siempre de cada uno de sus integrantes y la culpa del pecado es siempre personal.

 

                   Por eso, “romper con la complicidad y los códigos de silencio”, como así también “terminar con la PLAGA de Abusos sexuales perpetrados por hombres de la Iglesia contra menores”, suena más propias de corporaciones delictivas que de la Santa Iglesia fundada por Cristo.

                  

                   LORENZO BERTOCCHI, coautor del ensayo “INDAGINE SULLA PEDOFILIA NELLA CHIESA”, nos señala que los números nos pueden decir mucho o nada, sin embargo muestran una tendencia que permite desinflar la hipótesis de erigir a la Iglesia como lugar por excelencia de la pedofilia. Obviamente, la campaña sigue igual enfocada contra la Iglesia Católica.

 

                   Ocurre que, la metodología perversa del progresismo ateo,  encontró en el supuesto pecado contra la pureza por parte de los hombres consagrados, la manera  más eficaz de atacar y perseguir a la Iglesia. Los católicos no debemos aceptar nunca, pero nunca,  la condena mediática y social levantada difamatoriamente  sin prueba alguna. Y esto lo digo porque pareciera haber muchos católicos sorprendidos en su buena fe, que torpemente se alinean del lado que nos hostigan.  A las denuncias, y eso son las imputaciones de las supuestas víctimas, hay que probarlas y precisamente es lo que no ocurrió en la amplia mayoría de los casos denunciados.

 

                   Por el contrario,  siempre se nos enseñó que es imposible amar a la Iglesia y no venerar a nuestros sacerdotes. Debemos vivir siempre en “plena sintonía con la Iglesia” (sentire cum Ecclesia) y así nos exige estos difíciles momentos de “confusión doctrinal y errores prácticos”.

 

                   San Josemaría Escriba, en “Sacerdotes para la eternidad”, nos dice: “El mismo Cristo se pone en manos de los sacerdotes. Ellos se entregan en un silencio incesante y divino, al servicio de todas las almas …. Han recibido el sacramento del Orden para ser, nada más y nada menos, sacerdotes-sacerdotes, sacerdotes cien por cien, fortaleciéndose con continua oración, para hablar solo de Dios, para predicar el Evangelio y administrar los sacramentos.” “….La vocación de sacerdote aparece revestida  de una dignidad y de una grandeza que nada en la tierra supera.  Su identidad es la de ser otro Cristo, lo que se dá en él inmediatamente en forma sacramental”.

 

                   En Camino, leemos: N° 67 – No quiero por sabido dejar de recordarte otra vez que el Sacerdote es “otro Cristo”. Y que el Espíritu  Santo ha dicho: “nolite tangere Christos meos”. No querais tocar a mis Cristos.

                     

                   Por ello, más allá de las críticas y propósitos delineados en el documento final del Encuentro-sínodo, debemos despertar y advertir que la condena y persecución a nuestros sacerdotes por inmoral conducta, proviene  del sector perverso del posmodernismo ateo que comercia con la manipulación de embriones, exalta la cultura del matrimonio igualitario y considera al sexo una creación cultural.

 

                   Son tiempos estos un tanto difíciles para ser católicos y aún más para ser sacerdotes, pero son tiempos también de una gran oportunidad para la santidad.