En fecha 21 al 24
de febrero de 2019, se celebró en el
Vaticano bajo forma sinodal, la cumbre antipederasta convocada por el Papa
Francisco con la finalidad de evitar abusos sexuales en el seno de la Iglesia y
contando la misma, entre otros, con la
presencia de los presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo.
Entre las intenciones de nuestro Santo Padre, el Vocero
Papal enumeró: concretar de modo efectivo la protección de los menores en la
Iglesia; romper con la complicidad y los códigos de silencio; dar voz a los que
no tienen voz; responder al clamor de transparencia levantado por el pueblo de
Dios y terminar con la “plaga de Abusos sexuales perpetrados por hombres de la
Iglesia contra menores”. Se invoca además, como elemento emblemático, el apoyo
de la comunidad internacional.
No pareciera ser éste último,
el mejor criterio rector que avale la seriedad que el tema requiere.
El Pueblo de Dios, la Iglesia
Peregrina, linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, en comunión eterna
con el Vicario de Cristo, con dolor
visceral eleva una oración anta la Trinidad Santísima rogándole ilumine y
asista a nuestro Papa y a toda la
jerarquía eclesial, como así también apela a la Misericordia divina por el perdón de aquellos que han violado la
santidad del sacramento del orden.
No podemos sin embargo, dejar
de señalar, que la enumeración de los fines propuestos resultan inentendibles
no solo para el católico de a pié, sino también para todo fiel que lucha por su
santidad personal y a los que la enunciación presentada suena impropia de ser
adjudicada a la Esposa de Cristo y sus sacerdotes.
Los católicos sabemos que
nuestra Santa Madre Iglesia, santa e inmaculada, no tiene ni puede tener pecado
alguno. Por ende tampoco puede pedir perdón. La responsabilidad es siempre de
cada uno de sus integrantes y la culpa del pecado es siempre personal.
Por eso, “romper con la
complicidad y los códigos de silencio”, como así también “terminar con la PLAGA
de Abusos sexuales perpetrados por hombres de la Iglesia contra menores”, suena
más propias de corporaciones delictivas que de la Santa Iglesia fundada por
Cristo.
LORENZO BERTOCCHI, coautor
del ensayo “INDAGINE SULLA PEDOFILIA NELLA CHIESA”, nos señala que los números
nos pueden decir mucho o nada, sin embargo muestran una tendencia que permite
desinflar la hipótesis de erigir a la Iglesia como lugar por excelencia de la
pedofilia. Obviamente, la campaña sigue igual enfocada contra la Iglesia Católica.
Ocurre que, la metodología perversa del
progresismo ateo, encontró en el
supuesto pecado contra la pureza por parte de los hombres consagrados, la
manera más eficaz de atacar y perseguir
a la Iglesia. Los católicos no debemos aceptar nunca, pero nunca, la condena mediática y social levantada
difamatoriamente sin prueba alguna. Y
esto lo digo porque pareciera haber muchos católicos sorprendidos en su buena
fe, que torpemente se alinean del lado que nos hostigan. A las denuncias, y eso son las imputaciones de
las supuestas víctimas, hay que probarlas y precisamente es lo que no ocurrió
en la amplia mayoría de los casos denunciados.
Por el
contrario, siempre se nos enseñó que es
imposible amar a la Iglesia y no venerar a nuestros sacerdotes. Debemos vivir
siempre en “plena sintonía con la Iglesia” (sentire cum Ecclesia) y así nos
exige estos difíciles momentos de “confusión doctrinal y errores prácticos”.
San Josemaría
Escriba, en “Sacerdotes para la eternidad”, nos dice: “El mismo Cristo se pone
en manos de los sacerdotes. Ellos se entregan en un silencio incesante y
divino, al servicio de todas las almas …. Han recibido el sacramento del Orden
para ser, nada más y nada menos, sacerdotes-sacerdotes, sacerdotes cien por
cien, fortaleciéndose con continua oración, para hablar solo de Dios, para
predicar el Evangelio y administrar los sacramentos.” “….La vocación de
sacerdote aparece revestida de una
dignidad y de una grandeza que nada en la tierra supera. Su identidad es la de ser otro Cristo, lo que
se dá en él inmediatamente en forma sacramental”.
En Camino,
leemos: N° 67 – No quiero por sabido dejar de recordarte otra vez que el
Sacerdote es “otro Cristo”. Y que el Espíritu
Santo ha dicho: “nolite tangere Christos meos”. No querais tocar a mis
Cristos.
Por ello, más allá de las
críticas y propósitos delineados en el documento final del Encuentro-sínodo,
debemos despertar y advertir que la condena y persecución a nuestros sacerdotes
por inmoral conducta, proviene del
sector perverso del posmodernismo ateo que comercia con la manipulación de
embriones, exalta la cultura del matrimonio igualitario y considera al sexo una
creación cultural.
Son tiempos estos un tanto
difíciles para ser católicos y aún más para ser sacerdotes, pero son tiempos
también de una gran oportunidad para la santidad.